El mundo de la composición lleva años viviendo en España en un estado de efervescencia del que, en gran medida, han tenido que venir a advertirnos desde más allá de los Pirineos. En esta ocasión es el sello austriaco Kairos, una de las principales referencias de la música actual en el mundo, el que ha iniciado una serie de registros dedicados a compositores españoles, cierto que las publicaciones cuentan con el patrocinio de la Fundación Caja Madrid, institución que se ha convertido en imprescindible para la música de nuestro país, sea en la recuperación del repertorio antiguo o en el impulso dado a las nuevas generaciones de creadores.
Tres discos monográficos, dedicados a otros tantos compositores patrios, abren esta colección en Kairos. Mauricio Sotelo (Madrid, 1961) es una de las figuras más conocidas y admiradas de nuestra música. En este disco se recogen algunas de sus preocupaciones estéticas fundamentales, como la admiración por la pintura del dublinés Sean Scully, cuyas estructuras en dameros tratan de ser atrapadas por una música, la de
Wall of light black (2005-06), para saxofón y conjunto, que busca el mismo tipo de vibración en los límites de los colores yuxtapuestos y de los contrastes continuos de texturas; o su cercanía al mundo del flamenco, bien representada por dos obras que colocan al ritmo como centro vital de su desarrollo:
Chalan (2003), inspirada en la música hindú, y
Night (2007). Más singular todavía es
Como llora el agua (2008), subyugante pieza para guitarra flamenca en
scordatura (esto es, con un afinación diferente a la tradicional del instrumento).
José María Sánchez Verdú (Algeciras, 1968) se ha convertido en el último lustro en el más difundido de los compositores españoles en todo el mundo. El disco ha tenido mucho que ver en ello:
Alqibla (1998),
Ahmar-aswad (2000-01) y
Paisajes del placer y de la culpa (2003) han sido ya difundidas por el medio fonográfico, pero este disco, de naturaleza puramente sinfónica, se completa con otras dos piezas admirables:
Elogio del horizonte (2005-07), una especie de concierto para clarinete, y sobre todo
La rosa y el ruiseñor, independizada de
El viaje a Simorgh. Música siempre original, de fascinante sensualidad, que coquetea permanentemente con el silencio y trata de penetrar la profundidad de la mística sufí a través de los versos de San Juan de la Cruz.
Poco divulgada resulta en cambio todavía la voz de Héctor Parra (Barcelona, 1976), cuya música resuena como la más clásica de las tres, acaso porque no desdeña acogerse a las formas más reconocibles de la tradición (de las seis obras presentadas, hay dos tríos con piano y un trío de cuerdas, si bien a éste se le añade una parte electrónica) o porque su música, de extrema complejidad pero estilo asentado y reconocible, no renuncia a una direccionalidad que la ancla sin complejos al mundo conceptual de las históricas vanguardias europeas.
[Publicado en Diario de Sevilla el sábado 6 de diciembre de 2008]P. S. El título hace obvia referencia al poema de Gabriel Celaya (¡pobre Gabriel Celaya, comunista, vasco y español!), versos que tantos conocimos a través del famoso recital de
Paco Ibáñez en el Olimpia. Me pareció buena idea para una página que se publicaba el día de la Constitución, y en homenaje a los que todavía creen que España es algo más que un nombre escrito sobre un mapa.
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