La edición contaba con el apoyo y la supervisión de Conradus Celtis (nacido, Konrad Bickel o Pickel), famoso poeta y filólogo alemán, profesor en la universidad de Ingolstadt, y su máximo interés se centraba en su concepción rítmica, que respetaba absolutamente la prosodia original de la recitación latina ("secundum naturam et tempora syllabarum et pedum"). Es bien sabido que la relación entre la palabra y la música fue una preocupación central de los humanistas del siglo XVI, y la propuesta de Tritonius asumía la tradición de la escuela alejandrina, según la cual la música tenía que limitarse a la reproducción literal de los esquemas métricos de la poesía clásica, con su alternancia estricta de notas largas y breves. Aunque estas 22 odas horacianas estaban escritas a cuatro voces ("harmoniae tetracentiae") el resultado no era exactamente polifónico, sino el de una música homofónica y homorrítmica, que tenía algo del hieratismo y la solemnidad de los coros de la tragedia griega.
El largo y muy significativo título de la colección de Tritonius ofrece una impagable información sobre la interpretación que el compositor imaginaba de su música: la voz principal está en los tenores, que serían acompañados por bajos, cítaras, flautas y laúdes, como se señala en otra parte del frontispicio ("Fistula dum vestris inflatur concava buccis/ Et testudo loquax pollice pulsa sonat/ Constrepi et vario concentu stridula arundo"), pero además en la parte inferior de la copa báquica se señala que los intérpretes deben tener en cuenta los afectos del alma y el movimiento del cuerpo ("pro affectu animi motu et gestu corporis dilligenter observa"), unas indicaciones de gran valor, que en el futuro serían muy tenidas en cuenta por los conformadores de la llamada seconda prattica.
Al frente de su conjunto Daedalus, Roberto Festa acaba de publicar en Alpha un disco que dedica a la música del Renacimiento more antiquo mensurata, que incluye un par de ejemplos de la colección de Tritonius, además de obras de otros compositores (Arcadelt, Tromboncino y De Rore entre los más conocidos) basadas en textos latinos o en otros escritos en lengua vernácula, incluidas tres canciones de Claude Lejeune, que representan la misma preocupación vista desde Francia, donde Jean-Antoine de Baïf y los poetas de La Pléyade profundizaron en esta forma de construcción poética a partir del uso de versos medidos a la antigua.
Tritonius: Iam satis terris. [4'25''] Daedalus. Roberto Festa
Iam satis terris niuis atque dirae
grandinis misit Pater et rubente
dextera sacras iaculatus arces
terruit Vrbem,
terruit gentis, graue ne rediret 5
saeculum Pyrrhae noua monstra questae,
omne cum Proteus pecus egit altos
uisere montes,
piscium et summa genus haesit ulmo,
nota quae sedes fuerat columbis, 10
et superiecto pauidae natarunt
aequore dammae.
Vidimus flauom Tiberim retortis
litore Etrusco uiolenter undis
ire deiectum monumenta regis 15
templaque Vestae,
Iliae dum se nimium querenti
iactat ultorem, uagus et sinistra
labitur ripa Ioue non probante
uxorius amnis. 20
Audiet ciuis acuisse ferrum,
quo graues Persae melius perirent,
audiet pugnas uitio parentum
rara iuuentus.
Quem uocet diuum populus ruentis 25
imperi rebus? Prece qua fatigent
uirgines sanctae minus audientem
carmina Vestam?
Cui dabit partis scelus expiandi
Iuppiter? Tandem uenias precamur, 30
nube candentis umeros amictus,
augur Apollo,
siue tu mauis, Erycina ridens,
quam Iocus circumuolat et Cupido,
siue neglectum genus et nepotes 35
respicis, auctor,
heu nimis longo satiate ludo,
quem iuuat clamor galeaeque leues,
acer et Marsi peditis cruentum
uoltus in hostem, 40
siue mutata iuuenem figura
ales in terris imitaris, almae
filius Maiae, patiens uocari
Caesaris ultor.
Serus in caelum redeas diuque 45
laetus intersis populo Quirini,
neue te nostris vitiis iniquum
ocior aura
tollat; hic magnos potius triumphos,
hic ames dici pater atque princeps, 50
neu sinas Medos equitare inultos
te duce, Caesar.
[Horacio, Odas, I, 2]
---ooOoo---
Cubrió de nieve y de granizo el mundo,
Y con su mano ardiente
Batiendo el sacro alcázar sin segundo,
A Roma puso en un temor profundo.
En un espanto horrible
Y miedo puso a todos los vivientes;
Pensaban que el terrible
Siglo tornaba, que anegó a las gentes
En agua y copiosísimas corrientes.
Pirra se condolía,
Viendo mil novedades prodigiosas,
Cuando allí conducía
Proteo el ganado y focas espantosas
A los montes y peñas cavernosas.
Y mil varios pescados
Se vieron de los olmos en la altura
Subidos y pegados,
Do fundó la paloma simple y pura
Bien conocida casa y mal segura.
Los gamos y las fieras,
Con un temor cobarde y sobresalto
Olvidan sus carreras,
Nadando sobre el mar tendido y alto,
Dando en el agua un salto y otro salto.
Vimos el agua roja
Del Tíber, que violento sus corrientes
Del mar Toscano arroja,
Retorciendo sus ondas y vertientes
Contra los edificios más potentes.
Parece que mostraba
Dar gusto el río al mujeril deseo,
Que mucho se quejaba
Ilia, y el Tíber con atroz meneo
Le promete vengar el hecho feo.
Abre con desatino
Por el siniestro lado un ancho seno,
Talando va el vecino
Campo romano, de braveza lleno,
Lo cual no aprueba Júpiter por bueno.
Los mozos descendientes
Tendrán memoria del castigo aciago,
Y afilarán las gentes
El hierro cortador, y un ancho lago
Dará de sangre a nuestro vicio el pago.
¡Ay! ¡Cuánto mejor fuera
Volver el duro y riguroso acero,
Y el odio y rabia fiera
Contra el Parto feroz, bravo guerrero,
O contra el duro escita y persa fiero!
¿A cuál deidad, pues, luego
El pueblo invocará para el caído
Imperio? ¿con qué ruego
Las vírgenes piadosas, y gemido,
Fatigarán de Vesta el sordo oído?
Y el padre soberano,
¿A quién dará el divino y santo cargo,
Que con remedio sano
El daño limpie, y cure mal tan largo,
Volviendo en dulce risa el llanto amargo?
Ven, pues, o favorable
Apolo, anunciador del alegría,
Descubre el agradable
Rostro hermoso, y un alegre día
Vestido de una blanca nube, envía.
O tú, Venus graciosa,
Si te place, demuestra el bello riso,
Donde el gozo reposa,
Y do el amor alegre nacer quiso,
Que vuelve el mundo en dulce paraíso.
Y tú, Marte encendido,
Los ojos vuelve al pueblo que engendraste
Que despreciado ha sido,
En quien tu brava furia apacentaste;
Tan largo juego ya de espada baste.
A ti los alaridos,
Y el confuso gritar y las celadas
Lucidas, y bramidos,
Te agradan, y del moro las espadas,
Que puesto a pie es más fiero, ensangrentadas.
Tú, que de gran altura
A la hija de Atlante nombre diste,
Mudada tu figura,
En vuelo venturoso descendiste,
Y de este bello joven te venciste.
Gustando de llamarte
De César vengador, o joven claro,
Al Cielo que es tu parte,
Muy tarde vuelvas; y con gozo raro
Des al romano pueblo eterno amparo.
Y algún ligero vuelo
No te nos quite, aunque los vicios nuestros
Te ofenden en el suelo,
Primero que en tus grandes triunfos diestros
Canten el sacro monte los maestros.
Ten por blasón honroso
Ser dicho padre y príncipe extremado,
Y al medo belicoso
No consientas correr en campo armado,
Sin la pena debida a su pecado.
[Versión castellana libre del Licenciado Juan de Aguilar]
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