Hace justo diez años, el 1 de marzo de 1999, a esta misma hora, andaba yo escribiendo mi primera crítica musical. El periódico había salido a la calle un día antes, coincidiendo con el Día de Andalucía, y, como consecuencia, las semanas anteriores fueron muy intensas (hoy considero una experiencia de grandísimo valor y un enorme privilegio el haber podido vivir tan de cerca la puesta en marcha de un diario). Aquel 1 de marzo era lunes (circunstancia que no recordaba, he tenido que consultar un calendario perpetuo) y tres días después, el jueves 4 se publicaba el primer número de nuestro suplemento cultural, Culturas, aquello para lo que en primera instancia se había solicitado mi colaboración, un suplemento semanal que iba a encartarse en todos los periódicos del grupo (por aquel entonces, los tres de Cádiz más el nuestro, la nueva cabecera sevillana, punto de apoyo para la expansión de la empresa por toda Andalucía), y como para la inauguración el tema de portada era el 50 aniversario de la muerte de Joaquín Turina, al que se dedicaba un especial de 16 páginas, a mí, como coordinador de la sección de música, me correspondió dar el callo más que a ningún otro de mis compañeros.
Sin experiencia alguna en el mundo de la prensa, recuerdo aquellas semanas con una mezcla de excitación y pánico que me hizo en buena parte no reparar demasiado en la otra tarea a la que me había comprometido algo incoscientemente: nada menos que la crítica de conciertos, además en directo como quien dice, inmediatamente después del espectáculo. En los días anteriores me había ido familiarizando con el software que iba a emplearse para la edición de los textos, pues se trataba de escribir en la redacción, sobre la misma maqueta del diario, e incluso me había inventado alguna que otra crítica para alguno de los números 0 que se hicieron de prueba. Como cualquiera puede intuir, esté familiarizado o no con el mundo del periodismo, poner en marcha un nuevo periódico tiene muchas costuras, y lo cierto es que los que hacíamos el suplemento cultural pensábamos que de lo que menos se ocupaba allí todo el mundo era de lo nuestro: con cada retraso en la maquetación intuíamos el desastre, queríamos controlarlo todo, corregirlo todo, mirarlo todo, seguirlo todo al minuto, y hoy me doy cuenta de que aquello me permitió encontrarme con esa primera crítica sin una presión excesiva.
Recuerdo perfectamente el concierto, que era la apertura del Festival de Música Antigua de aquel año: Motetes de Bach por La Petite Bande de Sigiswald Kuijken en el Teatro Lope de Vega. Como sabía que el espacio para la reseña iba a ser extenso y que el concierto iba a terminar cerca de las 11 de la noche, con lo que no dispondría de demasiado tiempo para escribir, llevé preparada una pequeña introducción ya escrita sobre las obras, y aunque luego la varié sobre la marcha, aquello me ayudó a evitar el síndrome de la columna vacía, del papel en blanco (que, confieso, en estos diez años, apenas he sentido un par de veces: al principio, atribuyo su ausencia a una mezcla entre la suerte propiciada porque mis primeros conciertos fueron sobre la temática que más domino y la inconsciencia del neófito, y luego, a partir de las diez o doce primeras críticas, a eso que llaman 'oficio', que, si me permiten la inmodestia, creo que empecé a dominar bastante pronto). Esa relativa relajación con la que afronté mi gran prueba de fuego periodística no significa, desde luego, que aquella noche no sintiera una especie de vértigo que me resulta difícil definir, pero que tiene algo que ver con la inevitabilidad de la exhibición pública y con la improvisación a cuyos impulsos yo pensaba que se movían mis manos.
Han pasado diez años, miles de piezas, entre críticas de conciertos, reseñas de discos, crónicas, artículos, reportajes y entrevistas. Y muchas experiencias enriquecedoras, que jamás habría vivido de haberme dedicado a otra cosa. No sé si habrá diez años más (ni siquiera sé si habrá un mes más), pero el primer día de los que estén por venir y me vean todavía dedicándome a esto, lo pongo bajo el auspicio de este texto de Denis Dutton en Edge, que los que, como yo, tengan problemas con la lectura fluida del inglés, pueden seguir a través del enlace que ofrece Arcadi Espada, vía por la que lo he conocido. A ver si de una vez por todas el concepto de cultura adquiere una nueva dimensión universalista y deja de ser manoseado por los que en todo, y sin prueba alguna, ven construcciones sociales, cosmovisiones lingüísticas y demás morralla postmarxista y posmoderna, que pretenden seguir condenando la libre iniciativa del individuo y su búsqueda de la felicidad en el nombre de colectivos ficticios o castradores.
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Hace 12 horas
5 comentarios:
Muchas felicidades, estimado Pablo, por estos 10 años!
Cómo te dije en un comienzo, siempre es un placer leerte y ojala sean mínimo 10 más los años de disfrute de tus textos.
Un fuerte abrazo!
Muchas felicidades por esta primera década.
Abrazos,
Diego
¡Muy bien, Pablo! ¡Enhorabuena por tus diez años de trabajo! Y de acuerdo con lo que dices al final: casualmente, en el último párrafo de mi crítica de hoy, incidía en eso mismo desde otro ángulo. Un abrazo
Gracias a los tres.
Ya te he leído, Antonio, y a mí también me parece muy bien ese Shostakovich para el 28 de febrero. Ya me hubiera gustado a mí que la ROSS hubiera llevado, por ejemplo, un Shostakovich o un Brahms a Viena y Alemania.
Yo no podría haberlo expresarlo mejor. Como compartimos los mismos dolores de parto hace diez años (en mi caso casi litertalemnte, porque coincidió con el nacimiento de mi hijo) sólo me queda añadir que quién nos vio y quién nos ve, sin aquel estupendo suplemento, con un concepto de cultura con letra cada vez más minúscula y teniendo que aguantar presiones que ni imaginábamos hace una décadas. Ánimo y adelante, dure lo que dure la aventura.
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