sábado, 2 de agosto de 2008

Las cuatro virtudes elementales

Cristina Montes
MONTES / REJANO

Noches en los Jardines del Real Alcázar. Intérpretes: Cristina Montes, arpa; David Rejano, trombón. Programa: ‘Los cuatro temperamentos de la naturaleza’ (obras de Saint-Saëns, Daetwyler, Falla, Debussy, Renié, Blake y Theile/Weiss). Lugar: Jardines del Real Alcázar. Fecha: Jueves 31 de julio. Aforo: Casi lleno.

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LAS CUATRO VIRTUDES ELEMENTALES

Agrupación instrumental por completo inhabitual para un recital que se presentó con un título equívoco: si lo que se quería era, en conmemoración del segundo bicentenario de la muerte del naturalista gaditano José Celestino Mutis, evocar musicalmente el fuego, el aire, la tierra y el agua, el programa tendría que haberse titulado Los cuatro elementos de la naturaleza y no Los cuatro temperamentos, que, desde Hipócrates, son el sanguíneo, el flemático, el melancólico y el colérico, se refieren a la psiquis humana y no tienen nada que ver con los elementos básicos de la naturaleza según los describieron los clásicos griegos.

Una confusión que, en último término, no restó interés al contenido musical de un concierto que, más allá de lo exótico de la mezcla tímbrica entre arpa y trombón, nos permitió oír a una deslumbrante Cristina Montes en la prematura madurez de sus envidiables 24 años. Recuerdo el primer recital que escuché a esta soberbia artista sevillana (¿cómo es que ha terminado en la Orquesta de Valencia, nos sobran arpistas?), cuando era apenas una adolescente, y la gratísima impresión que me causó por su exquisita musicalidad y por la forma que tenía ya entonces de hacer fluir, respirar a la música con una personalidad que parecía nutrirse de estudio y espontaneidad a partes iguales. Han pasado casi diez años de aquello y ahora Cristina no sólo conserva esa gracia interior y ese control del tempo de las obras que recrea hasta hacerlas plenamente suyas, sino que es una intérprete obviamente más formada y precisa, tan capaz de hacer estallar en mil colores el acompañamiento a una danza de Falla como del más depurado virtuosismo en una de las piezas imprescindibles en el repertorio de todo arpista que se precie, la Leyenda de Los elfos, escrita por Henriette Renié a partir del poema de Leconte de Lisle.

El trombonista extremeño David Rejano, también joven, también con un currículo notable ya a sus espaldas, respondió de forma notable al reto de estar a la altura de un talento tan extraordinario. Infatigable, transitó por un programa duro (el Orfeo et Euridice del suizo Jean Daetwyler o los Sea Portraits del tejano Braxton Blake son piezas capaces de desafiar la resistencia y la técnica del más audaz de los virtuosos) con aparente facilidad, dejando algunos momentos memorables, como la Danza española de La vida breve, tocada en un estupendo arreglo de los intérpretes. Más problemáticas resultaron las transcripciones de la Farruca de El sombrero de tres picos o del Claro de luna de Debussy, aunque en la interpretación de todas ellas, como en el resto del programa, dominaron cuatro virtudes elementales: naturalidad, musicalidad, elegancia y virtuosismo.

[Publicado en Diario de Sevilla el sábado 2 de agosto de 2008]

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