Estrenada en 1643 en el veneciano Teatro de los Santos Juan y Pablo, L’Incoronazione di Poppea es la tercera y última ópera superviviente de cuantas escribiera Monteverdi, si bien hoy es ampliamente aceptado que en los dos manuscritos en que se conservó la partitura (sólo la línea vocal y el bajo) participaron otras manos.
Apoyada en un libreto excepcional de Gian Francesco Busenello, miembro de la libertina Academia de los Incogniti, la ópera es una modernísima y amoral fábula sobre la corrupción del poder, presentada bajo la apariencia de una discusión entre la Fortuna, la Virtud y el Amor acerca de su influencia en la vida de los hombres, una disputatio que se plantea en el Prólogo y que supuestamente se resuelve a lo largo de los tres actos con el triunfo incontestable del Amor, que termina llevando a Popea al trono, una auténtica burla, pues Busenello se esfuerza en dejarnos claro que el camino del éxito político está repleto de falsedades, deslealtades, abusos, crueldad y crímenes.
Para la tercera producción de la ópera en el Festival de Glyndebourne (la anterior databa de 1984), Robert Carsen puso el acento en el deseo sexual como el auténtico motor de la depravación de los personajes. El obsesivo uso del rojo y del púrpura, la presencia recurrente de los lechos revueltos en escena, la simbólica bañera en la que se suicida Séneca por mandato de Nerón, la misma en la que el Emperador, presentado como un psicópata bisexual y lascivo, asesina a Lucano después de un escarceo erótico entre los dos (invención pura de Carsen), la misma en la que Drusila toma un sugerente baño de espuma, pero también los combates amatorios entre los personajes (Popea y Nerón, Drusilla y Otón, Valletto y Damigella), escenas en las que, aunque se elude siempre el sexo y la desnudez explícitos, sugieren una intensa actividad carnal, todo esto, digo, deja claras las intenciones del regista: ese Amor que, salido del Prólogo, sirve de hilo conductor de toda la representación, es en realidad el Dios del sexo. Por encima de una escenografía algo convencional, articulada a base de telones, y de un vestuario moderno muy visto ya, la principal fuerza de la puesta en escena está sin duda en el minucioso trabajo con los actores, que acaba dominando la sensual Popea de Danielle de Niese.
Musicalmente, el peso descansa en la dirección detallista de Emmanuelle Haïm, que se esfuerza en acentuar colores, con añadido de flautas y percusiones, y en contrastar las escenas dramáticas con las cómicas. El amplio elenco tiene poco de monteverdiano, pero cumple sin alardes: brillante en cualquier caso De Niese, algo forzado el Nerón de la mezzo Alice Coote, muy corto de casi todo el Otón del contratenor Iestyn Davies, estupendas la Octavia de Tamara Mumford y la Drusila de Marie Arnet, rocoso el Séneca de Paolo Battaglia, aunque, por encima de las insuficiencias, siempre nos quedará Dominique Visse, absolutamente genial en su rol de Nutrice.
Uno está ya cansado de presenciar, una y otra vez, montajes escénicos absolutamente absurdos y faltos de buen gusto, sentido estético y coherencia con el propio libreto. Y lo de la protagonista, no sé... a mí me da que esa "moza" pega mejor en escena, por lo carnal, que por lo escénico de su presencia vocal.
Me gustó, con objeciones menores, el disco haendeliano de debut de De Niese y aquí no está nada mal, aunque cantar Monteverdi es algo diferente, por la particularidad de la ornamentación y de la declamación (y de hecho, creo que no hay ni una sola voz auténticamente monteverdiana en todo el elenco de esta producción). Finalmente, el problema es siempre de prejuicios, amigo Mario: hay quien piensa que el físico determina el éxito de muchos cantantes, por lo que a algunos se los juzga sin ni siquiera darles la oportunidad de cantar: si son guapos y tienen éxito, éste depende directamente de su físico y no de su voz, lo cual es una soberana tontería (vale lo mismo a la viceversa, claro: el éxito no hace necesariamente a nadie mejor cantante)... De cualquier modo, yo soy de los que piensa que la ópera es teatro y música (no gargantas, un algo de música y un poquito de teatro), por lo que alguien que domina escénicamente una obra (por atractivo físico o por dotes de actor) tiene ya mucho ganado para mí como cantante de ópera.
En cuanto a Haïm, me parece una estupenda haendeliana y una audaz monteverdiana, por más que sus experimentos no estén resultando todo lo lucidos que yo pensé que podrían llegar a ser: por ejemplo, muchas de las grandes voces del Orfeo o algunas cosas de lo de Villazón, podría habérselas ahorrado.
No, si estoy de acuerdo contigo en aquello de los prejuicios físicos en según que cantantes y su posible relación con el ulterior éxito de los mismos. Lo que sucede es que a mí no acaba de gustarme como cantante -aunque es cierto que sí es un "animal" escénico, como ya demostró en aquellas "Les Indes Galantes" con LAF-. De todos modos, a mí en ese recital handealiano me gusta más bien poquito -adoro a Christie, pero admito que rara vez acierta con Handel-, por lo cual, vocalmente albergo pocas esperanzas en este rol.
Haïm, hace muchas cosas interesantes, pero creo que resulta demasiado extravagante en muchos de sus proyectos, incluso bastante desafortunada en ciertas tomas de decisiones.
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3 comentarios:
Hola:
Uno está ya cansado de presenciar, una y otra vez, montajes escénicos absolutamente absurdos y faltos de buen gusto, sentido estético y coherencia con el propio libreto.
Y lo de la protagonista, no sé... a mí me da que esa "moza" pega mejor en escena, por lo carnal, que por lo escénico de su presencia vocal.
Además, Haïm no me acaba de...
Un mvsical saludo.
Me gustó, con objeciones menores, el disco haendeliano de debut de De Niese y aquí no está nada mal, aunque cantar Monteverdi es algo diferente, por la particularidad de la ornamentación y de la declamación (y de hecho, creo que no hay ni una sola voz auténticamente monteverdiana en todo el elenco de esta producción). Finalmente, el problema es siempre de prejuicios, amigo Mario: hay quien piensa que el físico determina el éxito de muchos cantantes, por lo que a algunos se los juzga sin ni siquiera darles la oportunidad de cantar: si son guapos y tienen éxito, éste depende directamente de su físico y no de su voz, lo cual es una soberana tontería (vale lo mismo a la viceversa, claro: el éxito no hace necesariamente a nadie mejor cantante)... De cualquier modo, yo soy de los que piensa que la ópera es teatro y música (no gargantas, un algo de música y un poquito de teatro), por lo que alguien que domina escénicamente una obra (por atractivo físico o por dotes de actor) tiene ya mucho ganado para mí como cantante de ópera.
En cuanto a Haïm, me parece una estupenda haendeliana y una audaz monteverdiana, por más que sus experimentos no estén resultando todo lo lucidos que yo pensé que podrían llegar a ser: por ejemplo, muchas de las grandes voces del Orfeo o algunas cosas de lo de Villazón, podría habérselas ahorrado.
Hola:
No, si estoy de acuerdo contigo en aquello de los prejuicios físicos en según que cantantes y su posible relación con el ulterior éxito de los mismos.
Lo que sucede es que a mí no acaba de gustarme como cantante -aunque es cierto que sí es un "animal" escénico, como ya demostró en aquellas "Les Indes Galantes" con LAF-. De todos modos, a mí en ese recital handealiano me gusta más bien poquito -adoro a Christie, pero admito que rara vez acierta con Handel-, por lo cual, vocalmente albergo pocas esperanzas en este rol.
Haïm, hace muchas cosas interesantes, pero creo que resulta demasiado extravagante en muchos de sus proyectos, incluso bastante desafortunada en ciertas tomas de decisiones.
Un mvsical saludo.
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