viernes, 23 de enero de 2009

Transparencias de un laúd

José Miguel Moreno
JOSÉ MIGUEL MORENO

I Ciclo de Música Antigua de la Universidad. José Miguel Moreno, laúd renacentista. Programa: El laúd en el Renacimiento europeo (obras de Attaingnant, Sermisy, Milán, Le Roy, Narváez, Desprez, Ortiz, Dowland, Cabezón y Mudarra). Lugar: Capilla de la Universidad. Fecha: Jueves 22 de enero. Aforo: Casi lleno.

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TRANSPARENCIAS DE UN LAÚD

Aunque llevaba varios años sin visitar la ciudad, José Miguel Moreno es bien conocido en Sevilla, pues aquí ha actuado en multitud de ocasiones tanto en solitario como liderando a sus conjuntos La Romanesca y Orphénica Lyra o acompañando a la joven soprano catalana Nuria Rial (mágico recital hace ya más de cinco años en el Festival de Olivares).

El músico madrileño es sin duda uno de los grandes responsables de la reactivación en España en las últimas dos décadas de la interpretación de la música con instrumentos históricos de cuerda pulsada, en los que ha marcado caminos originales, y ello a pesar de que su dedicación a la enseñanza no ha sido tan intensa como la de otros colegas.

Para su recital de anoche, Moreno se presentó con un precioso laúd renacentista de diez órdenes, en el que puso toda suerte de música del siglo XVI y principios del XVII, alguna pensada expresamente para el instrumento, como las piezas editadas por Pierre Attaingnant, las de Adrian Le Roy o John Dowland, cuyo bloque de siete piezas constituyó el centro vital del programa; otras, para otros instrumentos, afines, como las piezas vihuelísticas de Milán, Narváez y Mudarra, o claramente transcritas, como las recercadas de Ortiz, originales para viola, o las bellísimas Diferencias de Cabezón, para órgano.

Si un calificativo puede ponerse al estilo interpretativo de José Miguel Moreno es el de la personalidad: sus interpretaciones parten de una intensa profundización en el material de partida, que luego recrea con una libertad absoluta, marcada siempre por la cercanía y la calidez de un sonido bellísimo, poderoso, por una transparencia y una elegancia en el fraseo que parecen buscar permanentemente el hálito poético que se oculta tras las notas. Por todo ello, es fácil apreciar una notable evolución en su interpretación de determinadas obras a lo largo de los años. Dos ejemplos: tuve la impresión de que la Canción del Emperador de Narváez la tocó más lenta que nunca, pero con una tensión interna que la hizo también más emotiva que nunca; en cambio, la Fantasía X de Mudarra, la famosa de Ludovico, la llevó a un tempo rapidísimo, como no recuerdo habérsela oído en ninguna ocasión, e incluso acelerando de forma muy evidente en el pasaje con las notas falsas. Todo había empezado con un Tant que vivray de Sermisy (en la tablatura de Attaingnant) de sonido leve, casi etéreo, pasó luego por algunas gallardas de gran viveza, por unas ágiles y virtuosísticas recercadas de Ortiz, hasta llegar a un Dowland de extrema riqueza de matices, que evitaron casi siempre esa imagen que se ha transmitido del músico como un eterno enfermo de melancolía.

[Publicado en Diario de Sevilla el viernes 23 de enero de 2009]

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