BORIS BEREZOVSKY
Ciclo de Pianistas. Programa: Siete preludios de la Op.23 y siete preludios de la Op.32 de Sergei Rachmaninov; Una noche en el Monte Pelado (en arreglo para piano de A. Chernov) y Cuadros de una exposición de Modest Mussorgsky. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado 18 de octubre. Aforo: Tres cuartos de entrada.
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COLORES Y NOSTALGIAS DE RUSIA
Boris Berezovsky (Moscú, 1969; nada que ver con el matemático y multimillonario magnate de igual nombre) es un depurado producto de una de las grandes escuelas de pianismo del mundo, la rusa. Alumno de la soberbia (y acaso demasiado poco conocida) pianista armenia Elisso Virssaladze, Berezovsky se dio a conocer en el mundo muy joven, cuando en 1990 se impuso en el prestigiosísimo Premio Chaikovski de su ciudad natal, iniciando entonces una carrera internacional en los escenarios y los estudios de grabación que ha terminado por llevarlo al Maestranza, que se honró ayer abriendo su Ciclo de Pianistas de la actual temporada con su actuación.
El estilo de Berezovsky responde a la perfección a las características que habitualmente se relacionan con los grandes maestros rusos: sonido musculoso, extraordinaria amplitud de dinámicas, gran despliegue de colores, encendida expresividad romántica... Un estilo que se ajusta a la perfección al programa con el que el pianista moscovita se presentó en Sevilla, confeccionado con obras de dos grandes del Romanticismo ruso.
Los Preludios de Rachmaninov son una especialidad absoluta de Berezovsky, lo cual quedó claramente demostrado con catorce de los veinticuatro que dejó escritos su compatriota en las dos primeras décadas del siglo XX. Obras incardinadas en la gran tradición romántica europea, adornadas con colores y ritmos típicos de la música rusa, están además repletas de matices de todo tipo, que contrastan con eficacia la diversidad de sus caracteres, lo que Berezovsky supo resaltar con una interpretación dúctil y flexible, atenta a la menor inflexión, aunque de sonido siempre viril y recio, incluso cuando no pasó de la gama del mezzopiano, como en el Op.23 nº3. El arranque, con el anterior de la serie, había resultado torrencial, con acordes de una potencia descomunal. La intimidad del Op.23 nº4 fue aprovechada para enfatizar con admirable claridad la belleza de las voces intermedias entre la melodía y el bajo. El color estalló en el famoso Op.23 nº5, a ritmo de briosa marcha, con unas dinámicas estiradas hasta lo inverosímil. Poderosísima arrancó también la selección de la Op.32, con un nº1 de arrolladora vitalidad, generoso en el rubato y lleno de contrastes de color y dinámicas. Una de las cumbres de la noche fue sin duda el Op.32 nº5, meditativo, profundo, misterioso, poético, muy contrastado con el nº7, en el que series de semicorcheas y fusas bulleron a una velocidad de vértigo, antes de un final (nos. 9 y 13) en los que se impuso el tono nostálgico, por momentos casi extático.
Tras el magistral Rachmaninov, el Mussorgsky casi supo a poco. La Noche en el Monte Pelado resultó brillante pero epidérmica y aunque los Cuadros de una exposición fueron en verdad suntuosos y estuvieron repletos de detalles de la más fina sensibilidad, como en el pesante "Bydlo", en el obstinado "Viejo castillo" o en la primera aparición, solemne y majestuosa, de "La gran puerta de Kiev", apenas se descorrieron los visillos que separan el espectáculo de lo sublime. De propina, nada menos que una desaforada Valse de Ravel.
[Publicado en Diario de Sevilla el domingo 19 de octubre de 2008]
1 comentario:
buneno soy de argentina cordoba vapital bueno aca les dejo mi comentario esta bien bien au q no entendi en algunas parte expliquense mejor porfavor bueno adios mi mail mdc13_2@hotmail.com
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