lunes, 7 de diciembre de 2009

El doble hemisferio

A VUELAPLUMA
En su columna semanal de la edición andaluza del diario El Mundo, Juan María Rodríguez se mostraba el pasado sábado muy partidario del sinfonismo local y muy contrario a la "dictadura" del Mercado. En esencia, yo también me identifico con estas nuevas formas de despotismo ilustrado que inauguraron los ministerios de cultura a la francesa. Sólo que de vez en cuando mi otro hemisferio cerebral, el que se mantiene en contacto estrecho con el mundo de lo real, se rebela y desea con fervor que todo el sistema de subvenciones-inversiones públicas sea de una vez desmantelado, de los astilleros, los jornaleros y la pesca a los teatros, los toros y el cine; así se hunda otra vez Roma en la barbarie con tal de que luzca esplendorosa la Verdad.

Wikio

25 comentarios:

Anónimo dijo...

En ese mismo brete ando yo, señor Vayón. La cuestión es por qué la ley del mercado habría de ser más "Verdad" que la de la subvención...Peligrosa palabra es ésa: "Verdad". Anónima

Pablo J. Vayón dijo...

Claro, la Verdad es siempre peligrosa, pero no se me asuste, pues no empleo la palabra con ninguna connotación dogmática y sí con una clara intención polemista. La cuestión es más o menos esta: Mañana, a mí se me ocurre abrir una tienda de instrumentos musicales. Si la gente que viene a comprar a mi tienda no es suficiente para cubrir los gastos que mi actividad genera, no me quedará más remedio que orientar la tienda de otra forma o cerrarla y dedicarme a otra cosa. Mañana, usted ingresa en una orquesta sinfónica. Si la gente que va a escuchar sus conciertos no es suficiente para cubrir los gastos que la actividad de la orquesta genera, no se preocupe, porque entre todos (la minoría de aficionados al sinfonismo y los que no serían capaces de distinguir una tuba de un clarinete) le pagaremos puntualmente su sueldo a fin de mes. No sé, pero hay algo ahí que me chirría. Llevamos mucho tiempo dando por supuesto que esto tiene que ser así, y desde luego que soy capaz de encontrar argumentos a favor, pero también algunos en contra. Que se debatan me parece imprescindible. Que haya que hacerlo en época de crisis, me parece triste.

Anónimo dijo...

Vender instrumentos musicales y recrear la música no son actividades comparables. De hecho ambas tienen significados muy distintos. En los reportajes sobre la cumbre del clima en Copenague no he visto a nadie vendiendo instrumentos como imagen del acto y sí he visto un coro entusiasmado poniendo banda sonora a los debates que allí se dan. Anónima

Pablo J. Vayón dijo...

No comparo la actividad concreta, sino la subvención. La pregunta es por qué unas cosas están subvencionadas y otras no: ¿por qué en Andalucía se subvenciona a los jornaleros del campo y no a los maestros?

Pablo J. Vayón dijo...

O ya que traía usted el ejemplo: ¿por qué se subvenciona al coro y no al editor que publica las partituras o al comerciante que se las vende? ¿Qué tiene eso que llamamos "cultura" para que sus cultivadores tengan un trato de excepcionalidad en nuestra sociedad? Es sólo una pregunta. No prejuzgo nada.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo en que ésa es la pregunta: ¿qué significado porta lo que en un momento y lugar determinados se considera cultura para que sea subvencionado? Anónima

Pablo J. Vayón dijo...

¿Qué significado y quién lo otorga (el significado y la subvención)? Hasta principios del siglo XX, las estructuras políticas simplificaban este tipo de decisiones, pero con la democracia de masas, primero, y ahora con la globalización, esas decisiones distan mucho de estar claras. Es decir, ¿por qué hay que subvencionar a una orquesta sinfónica y no a una coral polifónica o a una banda de jazz?

Anónimo dijo...

En los últimos 30 años en España las instituciones autonómicas han promovido el sinfonismo provincial por la misma razón por la que para Barcelona 92 el Estado invirtió más dinero de lo habitual en deportes minoritarios. Está claro que la música clásica es percibida con un halo de prestigio que otras músicas-por su propia tradición-no tienen. Habrá que ver si esa inercia le sirve a la clásica para seguir siendo subvencionada. A.

Anónimo dijo...

Me parecen estupendas vuestras metafísicas disquisiciones sobre la "Verdad" -la única "verdad" es que si tuviéramos que financiar el corpus sinfónico andaluz con el dinero de la taquilla tú hoy no ejercerías como crítico de música porque no habría orquestas, Pablo, ni aquí ni en Alemania- y sobre la "Subvención" -os recomiendo la lectura de la encuesta de El Cultural sobre el asunto hace dos números- pero desde luego os digo que si el sexo del tema merece ser discutido en algún momento, ese momento no es éste. Hoy es el momento de aferrarse a lo que tenemos y defender a toda costa su supervivencia que, os lo digo muy en serio, y por lo que yo sé, está gravemente amenazada.
Yo no conozco más que dos opciones: mantener la subvención -que para mi no debería ser una limosna ni una dádiva sino una inversión estratégica- a pesar de sus inevitables errores de todo sistema proteccionista y clientelar, o directamente apagar los focos y entregarnos todos a la estupidez general que, me temo, no será esa excitante barbarie creativa de la que brotará tu, muy mística, por cierto, "esplendorosa Verdad". Sino sólo una abyecta y prosaica estupidez general.

Saludos.
Juan María Rodríguez

Anónimo dijo...

Señor Rodríguez, ¿no le parece a usted aventurado predecir que si se retiran las subvenciones de las orquestas estamos condenados a la "estupidez general"? Me parece a mí que es depositar demasiada responsabilidad en las orquestas. Aparte de la que ya tienen, la de desiotizar la sociedad. A.

Anónimo dijo...

No, hombre, no; de lo que hablo -aplicado a la música, que es lo que aquí nos trae- es del debate de fondo sobre la conveniencia o no de la subvención cultural en el que se insertan las que recibe la música -clásica, y tantas otras: también la música comercial goza de variados soportes públicos y nadie de ese sector pide perdón por ello: ¿por qué tenemos que pedirlo entonces nosotros?-igual que el cine, el teatro... Y, en mi artículo reproducido por Pablo, añadí la pesca, la agricultura o lo que sea: para desacomplejar. Porque siempre que se plantea el asunto del dinero público destinado a la música clásica detecto el picajoso escozor de la inevitable acusación de elitismo y -creo- no está mal recordar que medio país, los músicos sinfónicos y nosotros los melómanos también, vivimos sobre el latido de algún tipo de subvención, directa o indirecta. ¿Que un cosmos justo y celestial sería más feliz sin ellas? Sin duda, pero me temo, siendo práctico, que ése no será nuestro mundo.

En fin, aclarado esto, suscito dos cuestiones que me inquietan: aquí estamos, discutiendo el asunto acogidos a la amabilidad del (excelente) blog de Pablo -que, por cierto, Pablo, más allá de su meritorio escaparate discófilo, en mi opinión gana cuando desata algún tipo de polémica de este tipo- pero, ¿alguien ha visto este debate en algún diario? Es más, ¿alguien ha visto alguna información precisa sobre el (negrísimo) nubarrón que se cierne sobre la orquesta y los teatros? Ni una línea, cuando el asunto, en el gremio, es vox populi.
Y la otra cuestión que me interesa: este debate lo estamos montando nosotros, pero no la Administración, que simplemente recula de las subvenciones por una razón muy prosaica: no hay ni un duro. De manera que vamos a dejar de hacerles el trabajo teórico que ella no hace. La consejera, en sus declaraciones a ABC, cometió un error político -o eso, o quería enviarle un mensaje muy duro al Ayuntamiento, que calla sibilinamente como si la cosa no fuera con él- pero este país asombroso es de los pocos donde la gente de cultura nos ponemos a discutir hasta hacernos un harakiri tan estético y decadente como absolutamente inútil.
Ya lo escribí antes: podemos elegir entre orquestas y teatros con subvención, o que calle la música.
Saludos.
Juan María Rodríguez

Anónimo dijo...

Que usted, o Pablo, o yo, vivamos de la música clásica, no me parece argumento para justificar ninguna subvención. Puestos entre la espada y la pared, desde luego defiendo la supervivencia de las orquestas, pero me parece que un poco de autocrítica y de reflexión sobre el asunto no está de más. Que el gremio del pop, del cine, o del teatro no lo haga, no es obstáculo para que no lo hagamos nosotros. Algunas de las orquestas del mundo que mejor suenan son las que están organizadas como cooperativas (Orquesta del siglo XVIII, London Symphony...) Es decir, que cada músico se lleva un tanto por ciento del caché total, el dinero se reparte entre todos. Lógicamente, se dejan la piel en cada concierto. Francamente, señor Rodríguez, esta actitud la observo yo poco en España, y tampoco podemos estar manteniendo señores que no hacen todo lo que está en su mano para que su formación suene como "un ejército de generales". Estoy segura de que sólo con una disposición distinta por parte de los músicos se atraería mucha más gente al ámbito de lo sinfónico, o al menos se crearía la sensación de que "eso", igual que la ópera, es algo distinto y especial que merece la pena ser visto al menos una vez en la vida. A

Anónimo dijo...

Estoy tan de acuerdo contigo, que en el artículo mío que ha enlazado Pablo ya digo que la estrategia de las subvenciones a la música sinfónica -como las del flamenco o cualquiera otra música o arte escénica- pueden ser revisables y reenfocadas. Pero insisto: es que éste no es el asunto hoy. Ésa era una estupenda discusión en tiempos de bonanza, pero entonces -no sé tú- ninguno la hicimos. Lo que la consejera de Cultura ha puesto sobre el tapete ahora es, nada más y nada menos, que la posible inviabilidad -es decir, la extinción- del proyecto orquestal de Sevilla -y vamos a ver si de algún otro más por deflación económica de su ayuntamiento- y el abandono urgente de las políticas de subvención. Y éste es el tema, que como tú dices, ahora estamos contra la espada y la pared. Por eso no es momento para discutir florituras -con todos los ajustes que haya que hacer: y se harán, no te quepa duda, pero no por nada: es que no hay dinero- sino que es momento, como en la antigua OJE, de hacer "prietas las filas" e intentar defender lo que, en 20 años, hemos construído.
(PD. Yo soy periodista (como otros 1700, de una televisión pública, cuyo sentido y necesidad también podríamos discutir, por cierto. No vivo de la música, salvo muy, muy tangencialmente. Da lo mismo: soy un espectador. Y también creo que esta es la hora de los espectadores: si ahora mismo no demostramos nuestro amor y nuestro compromiso por la música, desde luego que no tendría ningún sentido seguir inyectando 4 o 5 mil millones de pesetas al año en un tinglado andaluz cuyo público callara mansamente.)

Anónimo dijo...

Durante muchos años, la proliferación de orquestas en España ha ido aparejado con el proceso político de descentralización. El sinfonismo, por su aura de prestigio cultural, ha supuesto la medalla que numerosos políticos regionales y provinciales se han colgado. Después-salvo excepciones-bostezaban durante los conciertos. Durante todo este tiempo ha habido tal afán de construir sinfonismo, a pesar de los obstáculos propios de proyectos de esta envergadura, que las subvenciones se habían dado por hechas. Cuando un político sin complejos anuncia en plena crisis que el dinero para las orquestas se podría cortar, es cuando nos hemos planteado el debate. No sé si es el momento adecuado o no lo es, pero si es ahora cuando surge, debatamos. Y, como amantes del sonido orquestal, planteemos argumentos de peso para que, al menos de momento, se mantengan las subvenciones. Entre ellos, comprometernos con la calidad de nuestro trabajo, no sólo los músicos, sino también de los críticos y cualquiera que perteneza al entramado de la clásica. A.

Anónimo dijo...

Señor Rodríguez, señor Vayón: les anuncio que los recortes en orquestas no sólo van a afectar a Sevilla...
http://www.mundoclasico.com/2009/documentos/doc-ver.aspx?id=caaeee70-f114-4424-b181-9934229e1946

Anónima

Pablo J. Vayón dijo...

Llegamos con dos siglos de retraso al sinfonismo. Cuando a principios de los 90 se montan en Andalucía las ¡¡cuatro!! orquestas sinfónicas con cargo a los presupuestos públicos, la crisis había llegado (o estaba a punto de llegar) al sinfonismo en Inglaterra, Alemania y otros países de Europa. El link que trae Anónima de la situación alemana no es novedad para nadie (¡si a la Ópera de los Tilos hasta le pagamos nosotros una producción de Parsifal!, que manda narices...). El debate suscitado por las palabras de la Consejera (debate entre unos pocos, ya lo sé, esto no es como Gran Hermano o la liga de fútbol, que sostienen programas de televisión y de radio diarios) no es nuevo, tampoco aquí: hace diez años ya discutíamos de forma acalorada sobre la cuestión en los foros de Mundo Clásico. Era la época de las vacas gordas, que es, y en ello estoy totalmente de acuerdo con Juan María, cuando habría que discutir sobre estas cosas.

Pero el problema, como yo lo veo, no se circunscribe al ámbito de las orquestas y de los teatros, ni siquiera al de la cultura, es todo una cuestión de modelo social. Lo que yo planteaba era pues una enmienda a la totalidad. O, por decirlo de forma más ajustada, una reflexión profunda sobre el modelo. Quizá en los EEUU, con menos tradición y por tanto menos trabas históricas, han acertado planteándolo de forma diferente: menos impuestos, más dinero en el bolsillo de la gente y que cada cual se pague la vida que más le guste; eso completado luego con ventajas fiscales para fundaciones y empresas que destinen parte de sus beneficios a financiar a entidades que se consideren de interés cultural y social para la comunidad. En el fondo, hay también un criterio organizador (que depende de las inercias de la tradición, como en Europa) y el dinero que llega a la cultura va a ser más o menos el mismo, pero en realidad no es igual: la sociedad civil es más flexible y se adapta con más rapidez a los cambios que las instituciones públicas. Mi "esplendorosa Verdad", amigo Juanmari, no tenía pues nada de mística, era más bien prosaica: que se vea la realidad tal cual es, que no se mantengan fachadas lujosas artificialmente (y repito que, metafóricamente hablando, esa es sólo la visión de uno de mis hemisferios cerebrales).

Por supuesto que los políticos plantean ahora la cuestión de reducir el caudal del grifo de las subvenciones por la crisis económica, pero contra eso poco se puede hacer. Los problemas hay que afrontarlos cuando se plantean: si tenemos una clase política que no se maneja demasiado bien en el campo de las previsiones, qué le vamos a hacer. Por supuesto, ya lo dije, yo soy también muy partidario de una sociedad con orquestas sinfónicas, teatros de ópera, festivales de música antigua y performances contemporáneas, pero no sé si la mayoría de mis conciudadanos tienen en mente el mismo modelo de sociedad que yo, y, sinceramente, no tengo tan claro que mi modelo sea mejor que el de la mayoría. Hasta ahora, la inercia histórica ha jugado a favor nuestro (las civilizaciones suelen, con razón, anclarse a su pasado), pero en una sociedad permanentemente interconectada, que tecnológicamente cambia a una velocidad insospechada hasta hace apenas una década y con tendencia, en el mejor de los casos, al mestizaje, y, en el peor, a la superposición de culturas, no encuentro motivos para pensar que esto vaya a ser siempre así. En unos pocos años quizá no haya políticos que defiendan nuestro modelo. Juanmari, párate un momento a observar los patios de butaca de la melomanía, por favor, y dime si encuentras un solo motivo para pensar que esta nuestra afición tiene futuro. Volver a pensarlo todo desde el principio, aun en tiempo de crisis y rodeados por los vándalos, no me parece tan mala idea. Mejor eso que mantener fachadas relucientes e interiores carcomidos por la polilla.

Pablo J. Vayón dijo...

En otros sitios sí que se mueven:

Le Poisson rouge

Anónimo dijo...

Pablo, si la "esplendorosa Verdad" era el modelo americano, espero que, de viaje por allí, no enfermes nunca: descubrirías tu nostalgia por la (subvencionada) sanidad pública europea...
El modelo musical anglosajón es estupendo, pero tiene un problema: es anglosajón. Otra opulencia, otro patrocinio. Leyendo la lista de benefactores del Carnegie, te caes de espaldas. Este es el paupérrimo Sur del Sur. Aquí tenemos ¡¡¡Cajasol!!! Efectivamente, ninguna sociedad civil andaluza parió orquestas. Incluso perdimos las que teníamos. Pero llegaron, como casi todo, a golpe de talonario público.
Fue la Administración la que eligió el modelo funcionarial y la que aupó a la música en el escalafón cultural. (Y también construyó una red costosa de teatros locales a los que no va nadie sabes, y...) Las orquestas, no nos machaquemos, son otro epígrafe más en la resurrección cultural de la región. ¿Estuvo eso mal? Yo creo que no.
Que esa Administración anuncie abruptamente el fin de las subvenciones en esa región pobre, sin patrocinios y discriminada históricamente en materias culturales, me parece una tomadura de pelo. Y una señal pavorosa de su imprevisión e impotencia: surgen problemas, cerramos el chiringuito. ¿Ésa era toda su estrategia? Que la consejera cuestione públicamente la viabilidad de la orquesta es un gesto de huida y de una asombrosa torpeza política, porque genera una inseguridad inquietante y, atención, anuncia una rebaja de mínimos. La consejera no ha puesto a debate la reformulación del proyecto: sólo baraja su muerte. ¿Ésa era toda la consistencia de una de las "10 mejores orquestas del mundo"? Delirante.
Te veo muy preocupado por la obsolescencia de nuestra viciosilla costumbre de escuchar música en vivo. Yo no. Pasar el día en el Bellas Artes viendo murillos tiene prestigio, pero pasarla escuchando Brahms es una señal de afición decadente y mortuoria? ¿Por qué? Toda cultura tiene algo de catafalco. Pero, aparte de sentirme honrado por haber enlazado con una de las tradiciones europeas más brillantes de la Historia, (la musical), te observo que hay catafalcos muy vivos. Si lo sabrás tú, que sigues puntualmente la musculosa potencia de la (modernísima) música ¡barroca! en Sevilla. Maticemos esa impresión de música muerta, porque a mi me vivifica ver tantos jóvenes por la calle con un instrumento. Es tú hija la que estudia piano: ¿tiene futuro la música, Pablo?
Pienso muchas cosas mirando el patio de butacas, como que al modelo sinfónico de la Administración le importaba un carajo la pedagogía. La historia de cómo pretendían enlazarlo con colegios y conservatorios es la de un triste fracaso. Por negligencia suya. Esas cosas no las olvido ahora.
Por sentarme en un concierto, yo no me siento un exquisito. Ni me lo pregunto. Pero tampoco tengo complejo porque mi afición suponga gasto público, pues la cultura es un bien social, también para las "inmensas minorías". Y porque cuando Madonna canta en Sevilla, el Ayuntamiento pone una pasta y servicios gratis. ¿Eso sí y orquestas no?
La historia de la creación funciona por retroalimentación: sin público, la cadena se corta. Las diversas rentabilidades de estas inversiones, símbolo de calidad y dinamismo, es trabajo de la Admon.
El bonito club schubertiano de N.Y es un ejemplo inalcanzable, cuando aquí ni el flamenco es capaz de abrir ni un teatro privado. (Pero como tú modelo americano tiene sus sombras, te diré que allí, su jazz agoniza.)
Por eso necesitamos las subvenciones. Las orquestas parecerán mausoleos, pero no más que los museos. Las visitas al Bellas Artes caen en picado, pero la consejera no sugiere cerrarlo. A la música se la cuestiona porque es un bien inmaterial y arrastra un aura de elitismo caduco. ¿Vamos a contribuir a eso con argumentos de inútil martirilogio? Si la música puede no ser necesaria, la pintura o el cine (subvencionados), tampoco.
No comparto ése espíritu. En una crisis que financia a la industria del automóvil, exigirle autosuficiencia y rentabilidad a la cultura sería un suicidio.
Juan María Rodríguez

Pablo J. Vayón dijo...

Juan María, tengo la extraña sensación de que estás hablando contigo mismo. Solo en tu rincón. Tú te planteas las objeciones, atribuyéndome a mí cosas que no he dicho, y tú mismo te las contestas. Empezaré aclarando, una vez más, lo de la “esplendorosa Verdad”, que no es el modelo anglosajón, que no, sino una simple imagen (según veo, por tu insistencia y tus interpretaciones, algo desafortunada) sobre la peliaguda cuestión de los costos y los beneficios, de quién paga qué y cómo, algo que la mayoría parece plantearse sólo cuando llegan las vacas flacas, pero que yo no ceso de considerar nunca. Ante los dispendios (o no), los gastos superfluos (o no) de las administraciones públicas, mi primera pregunta siempre es la misma: oiga, ¿y esto quién lo paga? Ya sabes cómo se tratan por aquí estas cosas del dinero público... (Si hasta una ministra llegó a afirmar que como era público no era de nadie.) Da reparos simplemente plantearlo. Qué te voy a contar a ti que tú no hayas vivido en alguna de esas surrealistas ruedas de prensa en las que si se pregunta por el dinero es casi en voz baja y pidiendo disculpas de antemano y en las que, por ejemplo, una delegada de Cultura se permite hacer pasar una reducción de casi un 50% del presupuesto de un evento de un año para otro en un “más o menos igual que el año pasado”. (¡Y el acto siguió su curso sin que se hundiera el local!...) Qué te voy a contar a ti de esas ruedas de prensa, que tú conoces mucho mejor que yo... (Y qué te voy a contar de su reflejo en el periódico del día siguiente...). La “esplendorosa Verdad”, continúo, no era otra cosa que la que surgiría después de hacer el ajuste (sólo mental, claro, en la práctica es imposible) de reducirlo todo a su tamaño real, viable y sostenible por sí mismo, con sus deudas (asumibles) y sus encajes presupuestarios (los que todos hacemos en nuestra casa para seguir vivos, vaya, tampoco es nada extraordinario). Porque no es cierto que la “cultura” (uf, lo que podría hablarse sólo acerca de ese término) haya estado siempre subvencionada en nuestra tierra. Por ejemplo, hasta la Guerra Civil no había más ópera (o zarzuela) en Andalucía que la que ofrecían los (audaces) empresarios, y si el espectáculo que daban al público no resultaba rentable, la empresa cerraba. (¿Eso pasa con el jazz en Nueva York? ¿Que a la gente ha dejado de gustarle? Pues los músicos de jazz tendrán que dedicarse a hacer otras cosas, como cuando a mediados del siglo XVII los compositores venecianos tuvieron que adaptar la ópera a la nueva realidad social y económica del género.) Punto. ¿Nostálgico de aquello? En absoluto. ¿Es posible recuperar aquel modelo? Seguramente, no. ¿Es deseable hacerlo? Posiblemente, tampoco.

[Sigo...]

Pablo J. Vayón dijo...

[2]

Y a partir de este punto es donde, a mi modo de ver, en tu planteamiento colisionan esos dos principios que tú, como gran lector, conoces tan bien por nuestro comúnmente admirado Luis Cernuda: la realidad y el deseo. Todo tu discurso, que puede ser fácilmente compartible por una mayoría muy apreciable de gente normal y corriente, se apoya en la idea de que la cultura es algo que produce un beneficio social diferido e intangible y ante el cual, y por consiguiente, las administraciones públicas lo único que tienen que plantearse es la adecuada gestión de los recursos que le sean en justicia destinados. Como principio general puede aceptarse, es más, es hasta cojonudo. Los problemas empiezan con la letra menuda, con el desmenuzamiento del concepto de “cultura” y con la penetración social de algunas de sus manifestaciones más prestigiadas por el tiempo. Porque el problema no es el futuro de “la música”, sino más bien qué músicas tienen futuro o, por acotar aún más la cuestión, qué manifestaciones musicales lo tienen. La música está como nunca estuvo. Incluida la clásica. Jamás, nunca, se ha escuchado tanta música clásica como ahora. Tampoco creo que los conciertos sean actos obsoletos, aunque necesitan cambios y combinarse con otra serie de actividades, ya no me parecen suficientes, sobre todo para los grandes conjuntos sinfónicos, y muchos es lo que vienen haciendo desde hace décadas (la Filarmónica de Berlín grabó música de Scorpions, por ejemplo, y nadie la ha removido del escalafón por ello; la Sinfónica de Boston se convierte en los Boston Pops cada vez que corresponde sin desdoro y para qué hablar de los bolos de las orquestas de Londres o de las bandas sonoras de los conjuntos checos y eslovacos). El futuro del concierto tradicional, con sus religiosos abonados, sus dos partes, sus dos horas y pico de reclusión (voluntaria) y toda su parafernalia añadida no lo veo tan claro (pero vamos, que tampoco pasa nada, “la música” no son “los conciertos”). El futuro de las orquestas sinfónicas “de provincias” (y perdón por rescatar una expresión tan hiriente para los que somos de pueblo, pero me parece esclarecedora) lo veo oscuro si no se esfuerzan por adaptarse a los tiempos. Y ya sé que tu deseo (y el mío) es otro, pero la realidad es tozuda.

[Sigo...]

Pablo J. Vayón dijo...

[... y 3]

Ni me siento un exquisito por asistir a conciertos de música clásica o barroca (pensé que esa vieja idea estaba ya superada, y que era el acto de la interpretación el que hace a las músicas más o menos antiguas) ni pienso que le esté quitando el dinero a nadie por hacerlo ni creo que la música sinfónica sea elitista (en el sentido antiguo, el elitismo del dinero); no te equivoques, yo no soy el enemigo. Lo que vengo tratando de decir (al parecer, sin demasiada fortuna) es que ese modelo de sociedad es NUESTRO modelo, el que nosotros pensamos que es el mejor (además, que lo pensamos honestamente, más allá de nuestros gustos personales), pero se trata simplemente de eso, de un modelo, que no es en absoluto el mayoritario en nuestras democracias de masas y que, por eso, será barrido limpiamente por el tiempo; que en realidad está siendo barrido ya, y que si aún subsiste en la práctica es por las inercias históricas y el lento desperezarse de la maquinaria institucional. No se trata, querido amigo, de que tú me convenzas a mí o a los sospechosos habituales de melomanía de que una ciudad con una vida sinfónica, operística, camerística y liederística variada y versátil es una ciudad mejor, más habitable, culta, racional y deseable, también más rica, se trata de que convenzas al currito de turno, de cuyos impuestos salen también estos muy costosos programas que le importan exactamente lo mismo que a mí la vida de Belén Esteban; porque la balanza se desliza inexorablemente de un lado (el populista), y los problemas de los programas “clásicos” no son sólo nuestros (de nuestro país), a nosotros nos están llegando con retraso. Que nos quedamos sin políticos que nos defiendan, Juanmari, ese es el problema. Y eso no se soluciona apretando las filas y con un discurso único, sino más bien, como decía A., dando todos los que nos movemos en el entorno de estas músicas lo mejor de nosotros mismos y llevándolas hasta el último rincón donde pueda haber un oyente interesado. Cuando la consejera dice que el proyecto de la ROSS puede ser inviable, simplemente está poniendo sobre la mesa la realidad del asunto, y eso, que nos digan lo que hay y no nos vengan regalando los oídos con milongas, yo lo agradezco, siempre. No le des más vueltas. Nuestros mayores se pasaron de frenada. No éramos tantos. Ni tan importantes. A lo mejor es que estoy más embrutecido que tú, pero a mí el hecho de que sea hoy más habitual que ayer ver a jóvenes por la calle cargando con sus instrumentos ni me impresiona ni me emociona tanto como a ti, acaso, precisamente, porque tengo a dos hijas estudiando en sendos conservatorios y conozco el medio. Y desde luego, cuando miro a la gente que (medio)llena las butacas del Maestranza o de los conciertos de música antigua y de cámara de Cajasol la impresión es tristísima, no por los asistentes, claro, al contrario, es un gozo verlos allí, sino por la media de edad y por la rutina en que ha terminado convirtiéndose nuestra vida musical. Que este año no llena ni la ópera (ahora mismo hay más de mil entradas disponibles para los cuatro días de Favorita y el estreno es esta noche; eso, lo sabes bien, no ocurría antes). Que los conciertos de la ROSS no pasan, salvo puntuales excepciones, de la media entrada. En fin tú mismo has vivido de cerca lo que ha sucedido con el ciclo de cámara de Cajasol en los últimos años, y ya verás con la contemporánea del Central, ahora que desaparece el curso universitario... “La música no son los conciertos clásicos”, me repito a menudo, mayormente para no deprimirme, y sin embargo, no dejo de sentir, como tú, las oportunidades desaprovechadas, la falta de audacia y también la rigidez del modelo; todo ello ha ocasionado la pérdida de ese espíritu de lo nuevo, de sentir uno que está estrenando algo, un espíritu que hace veinte años parecía imparable. La realidad, querido Juanmari, la realidad. Ahí se encuentra la única y esplendorosa Verdad.

(Disculpas por los paréntesis. Hoy me he levantado picajoso)

Anónimo dijo...

Pufff, 3 largos y
densos post seguidos... ¿y tú crees que yo soy el que está hablando consigo mismo? Mi sensación es que te veo un poco "quemado": y me lo explico. Son ya muchos años tan pegado a la música que, me parece, le has visto demasiado las horribles tripas al muñeco. ¿Sabes?, en los 4-5 años que hice crítica -4 o 5 espectáculos semanales; yo sólo (por mi culpa) para el Central, Maestranza...- tuve etapas de casi odio a la música: demasiada rutina, demasiadas caras repetidas, demasiado ensimismamiento en un suceso, efectivamente, muerto (por eso entré en la jazz: buscando viveza y terapia)que, muchos días, no me apetecía en absoluto. (¿Tiene eso algo que ver con tu "doble hemisferio"?) Ahora que no la hago, he vuelto a disfrutar: veo lo que quiero y voy a gozar (si me dejan.)Por eso, quizá, contextualizo más la escena musical: aunque no lo pedí, ha resultado muy feliz dejar de vivir obsesivamente dentro de ella. Por eso, que haya una orquesta para verla o dejar de verla cuando te apetezca es maravilloso: ojalá hubiera 50.000 viciosos como nosotros para ocupar las butacas por turnos.
Bueno, yo he intentado ceñirme sólo al debate político / cultural de la hora actual andaluza. Si los conciertos y los melómanos seremos barridos por la Historia, pues qué se le va a hacer. Hombre, deseo no verlo, pero optimista no soy para nada: especialmente, después de leer, hace 2 años, "Los bárbaros", de Baricco, que igual has leído y si no, te lo recomiendo mucho.
Mi posición es simple: somos depositarios de un bello legado histórico que no estaría mal defender todo el tiempo posible. Entre otras cosas, porque no tengo muy claro que lo que lo sustituya -y más si lo dejamos todo a la regla implacable y estúpida del mercado- vaya a ser comparable. Yo no tengo ninguna fe ni en él ni en los políticos. Y para eso necesitamos -en el contexto de la política cultural española- ayuda pública. Pero, en fin, yo no estoy discutiendo sobre la obligación de que Brahms sea eterno: allá el oído de la Historia.
Gracias por acogerme en tu blog. Es cojonudo tener un sitio donde polemizar así de intensa y gratamente: ves, en esto mi "queme" es mi oficio. Lo que está pasando con esta prensa cultural que ya no pregunta ni lo que cuestan las óperas, ni ninguna otra cosa estúpida o inteligente, me espanta.
Dejo el asunto: la consejera -por cierto: a ver cuánto tiempo tarda en dejar de serlo- ha insinuado algo. Pues que ella lo explique. ¿Quiere cambiar el modelo? Pues que ella proponga uno: es su trabajo. Ya me he cansado de estar dándole argumentos a quien todavía no ha presentado ninguno.
Yo a lo mío, -que es lo tuyo: nunca te he visto como enemigo- que es gozar de la música y apoyarla mientras me dejen.
Sólo porque me gusta.
Un abrazo.
Juan María
(Por favor, la próxima polémica, ante unas birras).

Pablo J. Vayón dijo...

En realidad era uno solo, pero no cabía.

Pienso que ni la "música clásica" ni los melómanos están en peligro de extinción. Algunas de las instituciones que se dedican a hacer música creo que sí: o cambian para adaptarse a las nuevas realidades sociales o desaparecerán, y las orquestas sinfónicas profesionales, especialmente las de carácter periférico y local, se encuentran sin duda entre las especies amenazadas. El salvarlas no depende de mí y no es algo que se encuentre tampoco entre mis preocupaciones preferentes. Creo que son otros los que tienen la misión de poner en ello su imaginación y su empeño. En último término, siempre podremos reunirnos para entonar los responsos fúnebres en torno a unas buenas birras, claro que sí.

un abrazo

Anónimo dijo...

Gracias por permitirnos presenciar esta interesantísima conversación. Por desgracia, parece que estos temas -que son estructurales- suelen estar al margen del debate musical cotidiano. Posiblemente por miedo a plantearlos.
Quizás sea tiempo de hacer balance de la transformación musical andaluza (y española) de las últimas décadas: hubo un esfuerzo por crear orquestar, teatros, conservatorios... y apenas se hizo nada por crear un público. Digamos que apareció espontáneamente -atraído por la novedad- y todos se felicitaron de que estuviese allí. En consecuencia, la gestión ha podido ser cómoda y poco imaginativa. También han podido mantenerse "intocados" aspectos conflictivos -tan fundamentales- como la educación y los regímenes laborales de las orquestas.
Ahora que la novedad ya ha pasado, se requiere prestar atención a los problemas de estructura. Lamentablemente, los más fácil es recortar presupuesto; como antes se puso. Pero digo yo que no nos mereceríamos algo así.
Por otra parte, como sevillano que vivo en Madrid desde hace años, sospecho que el pesimismo y la sensación de ahogo pueden estar multiplicados por la misma ciudad, que tiene mucha guasa. :)
Un abrazo,
Fernando Delgado

Pablo J. Vayón dijo...

Fernando,
gracias por tu participación. Creo que es difícil decir más en menos espacio. Desde mi punto de vista, has acertado absolutamente con el diagnóstico. El salto adelante de las infraestructuras musicales (teatros, auditorios, conjuntos, ciclos, festivales, subvenciones, becas...) fue impresionante, pero a quienes lo propiciaron desde arriba, en el mejor estilo del Despotismo Ilustrado, se les pasó por alto un detalle crucial: la gestión de todo eso en el tiempo requería de consumidores. Casi nada se ha hecho al respecto (y el fracaso del modelo educativo parece suficiente constatación de esta realidad). La sociedad ha seguido su rumbo sin conmoverse por las aficiones prestigiosamente minoritarias que ha estado manteniendo todos estos años, hasta llegar a un punto en el que para muchos todo ese boato cultural se ha convertido en una carga que en el fondo no cuesta tanto liquidar. En mi opinión, el coste de la demolición será cada vez menor para los políticos. Y por ello no hay que tener ningún miedo a plantear un debate sobre las estructuras en las que se montó todo. Es más, creo que ese debate, y los cambios que de él deriven, son absolutamente imprescindibles.