lunes, 22 de septiembre de 2008

Sinfonismo español

Ruperto Chapí
Aplicadas al siglo XIX, estas dos palabras ('sinfonismo' y 'español') pueden parecer a muchos una contradicción en los términos, más o menos como aquello que dijo Pío Baroja cuando lo invitaron a colaborar con el diario carlista El Pensamiento Navarro. Muerto Arriaga a comienzos de 1826, diez días antes de cumplir los 20 años, arruinada la nación por las onerosas destrucciones y los exilios ocasionados por la Guerra de la Independencia, eliminada toda influencia del exterior por la ominosa política de un desgraciado Borbón, lo raro habría sido que en España hubieran quedado fuerzas, dinero y talento para la fundación de agrupaciones sinfónicas, que sin ellas qué iban a hacer los compositores locales componiendo música orquestal. Valga un dato: en 1850 en España todavía no se había escuchado una sinfonía de Beethoven al completo.

El erial no había sido en cualquier caso absoluto (en los años 30 y 40, Ramón Carnicer había escrito al menos un par de sinfonías y sin duda debieron de escribirse otras), pero no sería hasta la segunda mitad del siglo, en especial hasta su último tercio, cuando el género conoce cierto reverdecer, apoyado en la música escénica y la creación de sociedades filarmónicas y de conciertos (y lo de reverdecer viene porque no hay que olvidar que a finales del siglo XVIII habitaron España sinfonistas como Brunetti, Boccherini, Baguer y Moreno entre otros muchos). Datan de entonces (de finales del XIX) páginas sinfónicas de cierto relieve de Bretón, Marqués, Zubiaurre, Olmeda, Serrano o Giménez, obras en general entre italianizantes y afrancesadas, algo alejadas en general del estilo centroeuropeo, donde en el fondo se había cocido y se estaba sustanciando el futuro del género. Pasa con estas obras como con la momia de Fernando III el Santo, que hay individuos a los que llena de inquietud saber de su existencia, sus expectativas se desbordan mientras esperan en la cola de la Catedral de Sevilla el 30 de mayo y cuando por fin llegan hasta ella y la ven terminan exclamando: "¡Ah!, ¿pero era esto?". Algo parecido me ocurrió a mí cuando hace unos años la Sinfónica de Sevilla presentó en Cádiz un par de sinfonías de Pedro Miguel Marqués o cuando el año pasado hizo lo mismo la Camerata del Teatro Falla con obras sinfónicas de Jerónimo Giménez. ¡Ah! ¿Era esto?

Monumento a Chapí en Madrid (Fuente: fotomadrid.com)
Como punto de partida, conviene por ello admitir que el legado sinfónico español del siglo XIX es pobre en cantidad y calidad comparado con el europeo. Y no hay que rasgarse ningún traje por ello. Bien está profundizar en el conocimiento de estas obras. Hay que editarlas, presentarlas al público y grabarlas cada cierto tiempo para conservar la huella sonora que cada generación de intérpretes deja en ellas. Si después alguna se incorpora al repertorio de alguna orquesta bien estará, y si no, pues tampoco pasa nada. En cualquier caso, habría que valorar como música sinfónica no sólo las grandes obras orquestales independientes, sino también los preludios y oberturas de las obras escénicas (ahí está en el fondo el origen del género sinfónico) y de esos, los compositores decimonónicos españoles pueden presumir de haber dejado un legado nutrido y de muy notable interés.

Ruperto Chapí (Villena, 1851 – Madrid, 1909) ha perdurado en la memoria del melómano español medio como autor de algunas de las zarzuelas más conocidas y brillantes jamás escritas, pero su voluntad fue siempre la de convertirse en un autor de sinfonías y óperas de éxito, para lo que se marchó incluso a estudiar a Roma. Sus primeras obras tuvieron pues como objeto la orquesta, como el curioso Scherzo Combate de Don Quijote contra las ovejas, pieza de carácter descriptivo escrita a los 18 años. Algo posteriores, y de más enjundia, son la Fantasía morisca, la Polaca de concierto o la Sinfonía en re, estrenadas todas en 1879. Al primer movimiento de la Sinfonía, un Allegro appasionato con una introducción lenta, no le falta interés, incluso resuenan en ella ecos beethovenianos, aunque luego la obra se va desinflando y perdiendo fuerza hasta terminar lastrada por el academicismo y la falta de cohesión de las ideas. Assumpta Sánchez Tormo la describe así: "Se vislumbra, desde el punto de vista del lenguaje utilizado, dos referentes sonoros: el italianizante, que se aprecia en el trabajo tímbrico y de textura que otorga mayor protagonismo a la cuerda y reduce a segundo plano la madera y el metal, y el germanizante, sobre todo en la técnica de transformación motívica heredada del sinfonismo de Beethoven. En el primer movimiento, toda la sección del desarrollo está basada en el arranque del tema principal, presentado en diversas tonalidades dentro de un proceso modulatorio centrado en las áreas del relativo mayor (fa mayor) y del cuarto grado (sol menor). Chapí recurre a efectos como el crescendo que prepara el tutti final al término del primer movimiento, o la propia estructura del segundo, que se inicia con una melodía pastoril seguida de una marcha a cargo del metal y una melodía de corte italiano, para terminar con una gradatio dinámica que conduce hacia un clímax que se apaga gradualmente al final del movimiento”. Posiblemente, su obra sinfónica de más alto interés sea, en cualquier caso, un poema sinfónico escrito en la madurez, Los gnomos de la Alhambra, que ha conocido en los últimos años cierto éxito en forma de registros fonográficos.

Por lo que hace a la ópera, antes de la sinfonía, Chapí ya había estrenado en el Real al menos un par de títulos en un solo acto (Las naves de Cortés y La hija del Jefté), aunque escribió por lo menos dos obras más, nunca estrenadas y hoy perdidas. En 1878 presentó otra vez en el Real una ópera grande, concebida en tres actos, Roger de Flor, aunque de ella sólo pudieron verse los dos primeros, pues el compositor la ofreció, aun inacabada, con tal de que el estreno coincidiera con los fastos por las segundas nupcias de Alfonso XII. Después, es bien sabido, el compositor intuyó que escribiendo sinfonías y óperas iba a ser muy difícil ganarse la vida en España y se volcó en un género más popular, el de la zarzuela, al que llenó de gloria.


Obra sinfónica de Chapí en Columna Música
Ruperto Chapí (1851-1909): OBRA SINFÓNICA
Orquesta de la Academia del Gran Teatro del Liceo
Director: Guerassim Voronkov

1. Sinfonía en re
2. Obertura de la ópera Roger de Flor
3. Scherzo Combate de Don Quijote contra las ovejas
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COLUMNA MÚSICA 1CM0176 (Diverdi) [61'14'']
Grabación: Enero de 2007



Chapí: Sinfonía en re: I. Adagio. Allegro appasionato. [10'55''] Orquesta de la Academia del Gran Teatro del Liceo. Guerassim Voronkov

4 comentarios:

Vissi d'arte dijo...

Pablo, me ha encantado la sinfonía de Chapí! Muy beethoveniana, jeje. La verdad es que si gente como él hubiera nacido en Francia o Alemania otro gallo les hubiera cantado... aunque por otra parte no tendríamos todas esas zarzuelas maravillosas que nadie más tiene.

Creo que intentaré hacerme con el disco. Cuánto se aprende leyéndote! es una gozada este blog, gracias :-)

Ginebra dijo...

Lo del pensamiento navarro (y la música militar) como gran oximoron siempre me ha encantado.
Y estoy con Papagena, las zarzuelas de Chapí son maravillosas (vale, sí, soy zarzuelera de pro, las escuchaba de chica en casa de mi abuela y siempre me han gustado).

Pablo J. Vayón dijo...

Gracias, Papagena, y si gusta, pues a disfrutarla. El disco está bien, ¡pero Chapí no es Beethoven! :-)

Gin, ¿y por qué no inventamos el género de la microzarzuela? Quiero el primer libreto para mañana...

Vissi d'arte dijo...

Yo también escuchaba zarzuela de pequeña en casa de mi abuela!!! de hecho, de ahí me viene la afición. Y de ahí al género lírico... ella adoraba a Alfredo Kraus, Pilar Lorengar y Manuel Ausensi :-)