domingo, 6 de septiembre de 2009

Roberta y el fetichismo

Roberta Invernizzi
Hay buenas razones para pensar que no sólo el CD musical, sino el concepto mismo del disco como soporte físico para la música está en fase terminal. La aparición de tecnologías que facilitan y abaratan considerablemente la producción, acumulación e intercambio libre de registros sonoros y los cambios de hábitos en el consumo derivados de todo esto así parecen certificarlo. Para mí es una pésima noticia, profesional y personalmente. Profesionalmente, porque buena parte de mi actividad se desarrolla en torno a la producción discográfica (este blog obviamente lo confirma). Personalmente, porque soy un discófilo empedernido. Más aún, creo que mi relación con el objeto CD (y subrayo con toda la intención el término 'objeto') tiene rasgos de naturaleza fetichista.

Amo los discos (sí, el plástico, el papel, el cartón, los dibujitos, las fotos, la serigrafía, los diseños, la composición de los textos...), no diría que independientemente de su contenido sonoro, pero sí en estrechísima relación con él. Si no copio cedés es principalmente por esto. Tengo algunas copias hechas de forma primorosa por un amigo (que se entretenía no sólo en pasarme el contenido sonoro del disco, sino en reproducir de manera minuciosa y artesanal la parte material del producto) y alguna otra que fue realizada por necesidades de trabajo (aunque éstas termino siempre regalándolas o tirándolas directamente a la basura).

Por la misma razón, no me bajo música por Internet (salvo contadísimas excepciones, que incluyen algunas canciones pop que llevo en el coche y en el teléfono y alguna cosa muy concreta que he necesitado por cuestiones de trabajo). Como oyente, no me interesa en absoluto el formato mp3, aunque, por razones de comodidad, lo utilice para colgar música en el blog y para oír en el coche o mientras hago deporte. No es que tenga un equipo de sonido de altísima gama, porque no me lo puedo permitir y tampoco dispongo de espacio suficiente para disfrutar de él, pero sí un equipo de alta fidelidad mínimamente decente. Soy incapaz de entender cómo puede haber aficionados que se autocalifican de grandes melómanos escuchando música en un ordenador. En mi opinión las audiciones ratoneras a través del PC suponen una de las dos grandes pérdidas del cambio de costumbres vinculado al avance tecnológico (y que haya aficionados a la clásica que lo practiquen de forma habitual me llena de pasmo). La segunda es la desaparición casi total de los puntos de distribución minorista, esos que mantenían colecciones de fondo que uno no se cansaba de recorrer semana tras semana aunque las conociera al detalle.

Algunos amigos me dicen que si pienso así es porque los discos me los regalan. Obviamente, no es cierto que me los regalen (y si muchos de ustedes supieran lo que se paga, incluso en los medios más generosos, por la reseña de un disco no podrían dejar de pensar igual que yo; es más, a algún conocido especialmente insistente le propuse una vez cambiar mensualmente el 30% de su nómina por los discos que me regalan... y calló); tampoco es cierto que mi forma de actuar variara mucho en el caso de que mi dedicación profesional fuera otra. Tendría desde luego menos discos de los que tengo ahora, seguramente el porcentaje de copias sería algo mayor (en cualquier caso, no creo que fuera muy superior, pues dudo mucho de que las conservara) y mi casa no se habría convertido aún en escenario de duros combates darvinianos por la supervivencia (la batalla de la adaptación al medio la van perdiendo los libros, qué le vamos a hacer), pero nada más.

Con contadísimas excepciones, el disco hace años que dejó de ser negocio para los músicos (y me refiero siempre al sector clásico); ya está empezando a dejar de serlo para los productores y los distribuidores, es decir, para la industria, y eso lo condena sin remedio. Paradójicamente, vivimos un momento excepcional en la producción fonográfica, pues el espacio que han ido dejando las grandes multinacionales ha sido ocupado por sellos pequeños, mucho más flexibles y audaces, que han multiplicado no sólo el volumen de la producción, sino en muchos casos, la calidad, reforzando y ampliando los márgenes del repertorio. Sinceramente, no estoy seguro de que esta situación pueda sostenerse mucho tiempo. La comodidad y el abaratamiento de costes que supone la distribución online (legal o ilegal, para el fondo del asunto es poco relevante) acabará imponiéndose de forma irremediable. Nada más lejos de mi intención que hacer de la más que previsible desaparición del CD musical un drama. Es lo que hay, y no cabe el rasgado de vestiduras por ello. El CD subsistirá seguramente como objeto de culto o de lujo y será utilizado básicamente de forma promocional, que es el principal atributo que tiene ya hoy para la inmensa mayoría de los músicos clásicos del mundo.

Mientras eso llega, cabe certificar que la relación de la industria con los artistas, por un lado, y con los consumidores, por otro, ha cambiado de manera radical en las dos últimas décadas. Hasta hace poco, las grandes corporaciones imponían de forma incontrovertible sus criterios, seleccionaban a los artistas y los repertorios que podían escucharse, y el resto no tenía más remedio que callar y aguantarse, cuando no patalear en vano. Hoy, cuando una grabación tiene un coste asumible casi por cualquier músico que comienza y su copia y distribución no necesita de intermediarios ni de grandes inversiones, los productores se mesan los cabellos y reclaman medidas policiales para controlar el flujo natural de las relaciones humanas en un medio que no terminan de entender (o que entienden demasiado bien, pero no aceptan). Los artistas más famosos ya no ganan fortunas con los discos, cierto, pero ahora grabar un disco está al alcance de cualquiera, por lo que no creo que la profesión salga perdiendo, como algunos quieren hacernos ver; los consumidores tienen por su parte acceso en condiciones aceptables de calidad y precio a un repertorio inimaginable hace sólo unos años, por lo que incluso se sienten con la fuerza de elevar peticiones en abstracto, como la de este grupo de aficionados que reclama a la industria del disco la grabación de un cedé por parte de un intérprete concreto, la soprano italiana Roberta Invernizzi, de un repertorio concreto (arias alternas de Vivaldi y Haendel que se especifican en la petición). Está claro que en asunto de discos, no soy yo el único fetichista vivo...

13 comentarios:

El Musicópata dijo...

Claro que no!

Por más piratería que haya, por más que se promocione y masifique el uso de reproductores musicales portátiles, por más que se pueda acceder a prácticamente a cualquier producción discográfica de forma “ilegal”, yo soy de la idea de que el disco así como el libro jamás dejarán de existir.

Nada podrá reemplazar el placer de palpar, oler, leer y escuchar como mínimamente es debido.

Un agrado leerte, estimado Pablo!

Anónimo dijo...

Gracias por dar tu opinión tan argumentadamente en esta entrada, Pablo. Estoy de acuerdo en algo con Orfeo. El formato disco, como el formato libro, no desaparecerá mientras haya fetichistas como el autor de este blog. Lo que tiende a desvanecerse es la función de vehículo entre artista y público que actualmente desempeñan, porque internet y los ordenadores(esperemos que con mejor calidad de sonido en la reproducción)suplirán esa función. Saludos. Anónima

Pablo J. Vayón dijo...

Creo que el amigo Orfeo confunde realidad y deseo (y perdón por la horrible rima interna): el CD musical ha cumplido su ciclo y subsistirá en el futuro como un producto meramente marginal, casi de lujo. Lo mismo ocurrirá con el libro: también me gustan mucho los objetos-libro, aunque en este caso soy ampliamente partidario del formato electrónico, pues sus ventajas me parecen muy superiores a sus inconvenientes. (Interesante reflexión al respecto en Retroklang).

Querida Anónima, no hay grupo de fetichistas en el mundo capaces de soportar una industria medianamente decente, salvo la de la lencería.

Antonio Torralba dijo...

Lo del libro y el disco son asuntos distintos.
Con lo auditivo se tienen tragaderas infinitas. Desde siempre ha habido gente capaz de escuchar una ópera (o un concierto de contrabajo) en un transistor. Con la imagen la gente es más exigente.
Tengo algunos amigos que, sin padecer problemas visuales, escuchan a veces novelas. Pero esto es un hábito absolutamente minoritario dentro del público lector no ciego. Incluso para quienes defendemos que la literatura es un arte fundamentalmente auditivo, hasta el consumo de los más auditivos de sus géneros (la novela, la poesía…) es en el 99 % de los casos un acto visual. Como la vista es un sentido tradicionalmente muchísimo más exigente (luz, posición, contexto…) que el oído, sentido bastante menos sensible a la falta de calidad, se da la paradoja de que, a diferencia de lo que ha pasado con la música, todo el meollo del libro electrónico está centrado en el reproductor. Y ahí el objeto libro, tan sólido, duradero y barato cuenta aún con muchas ventajas. Como portador de una obra literaria (principal volumen de negocio), las ventajas de búsqueda, variedad de formatos, etc. que aporta lo digital pesan menos de lo que se cree. Porque el punto está en leer en la playa y en que no sea un trauma dejarlo olvidado en el tren.

Pablo J. Vayón dijo...

Antonio, ¿y por qué no puedes llevarte un e-book a la playa?, ¿y por qué te lo vas a olvidar en el tren? (¿Tú te has olvidado alguna vez un libro en un tren?) Si precisamente los libros electrónicos son ideales para los viajeros...

Antonio Torralba dijo...

Olvidé poner en mi anterior comentario que la diferencia a que me refería es que el libro tradicional tardará más en desaparecer y que durante mucho tiempo convivirá con el electrónico. Imagino que irán perdiendo batalla primero los libros de ensayo, diccionarios, enciclopedias (¿lograrán vender hoy alguna?), etc. Un proceso distinto al del disco.
En la playa, si el e-book se te raya con un grano de arena (o se te moja) se te estropea no el libro que lees, sino todos los libros; y te lo pueden robar mientras te bañas... Todo esto se solucionará, igual que se ha solucionado (mediante lo que llaman "tinta electrónica") el que se pudiera leer a plena luz, incluso que se necesite luz para que no se canse la vista. O lo de la autonomía de la batería y el peso. Se solucionará, pero llevará tiempo. Más difícil será emular los libros (de arte, por ejemplo) y revistas de gran formato. Alguna vez he olvidado un libro de bolsillo en un tren o me lo he dejado en casa de mi madre. Y varias veces revistas. Y no me quedaba sin lectura. También me regaló la Renfe el Quijote durante un viaje (el año del Centenario) y -cada vez en el AVE- la revista "Paisajes" perfectamente impresa y, a diferencia de la música que te "prestan" a bordo, el libro y la revista se pueden disfrutar plena e inmediatamente. Y ahí vuelvo a lo de las tragaderas. El audio que ofrecen en el AVE supera en dejadez a que repartieran fotocopias chungas de la revista esa.
Pero vamos, que era por matizar.

Pablo J. Vayón dijo...

No, claro, si yo no digo que esto vaya a ser de hoy para mañana. En el caso del CD veo bastante claro que, pese al nivel de producción actual, el colapso definitivo se acerca, y creo que de aquí a seis-siete años el sector industrial (me refiero al CD musical tal y como lo entendemos hoy) habrá casi desaparecido por completo, aunque los músicos, los grupos, los teatros o las orquestas sigan haciendo cedés, de los que, salvo muy contadas excepciones, no sacarán más beneficio económico que el que se derive de la promoción de su trabajo a través de un objeto que entonces será ya de prestigio y de culto.

En el caso del libro, la cosa será muchísimo más lenta, porque el sector tecnológico y comercial del libro electrónico está mucho más atrasado que el de la música y porque al fin y al cabo la música es solamente música, pero en un libro cabe absolutamente todo, desde un tratado de química a la última gilipollez esotérica del listo de turno... Por no hablar de los grandes libros de reproducciones artísticas que tú citas y se comentaban también en Retroklang, en el enlace que dejé en un comentario anterior.

Antonio Torralba dijo...

¿Y tú crees que esos discos promocionales que harán músicos, teatros, etc. serán CDs o lápices de memoria?

Pablo J. Vayón dijo...

Buff, eso es complicado de pronosticar... Si la distribución de la música pasa a ser básicamente online, como supongo, la promoción se hará de igual forma. Imagino el disco como un producto de lujo, publicado de forma limitada, algo así como esos libros que algunas empresas editan para regalar a sus mejores clientes. Aunque igual puedo estar equivocado y el CD subsiste transformado en algo diferente a lo que es ahora (añadirle pistas multimedias, de vídeo y demás no ha servido de gran cosa hasta el momento, pero quién puede adivinar las posibilidades tecnológicas del futuro).

Mario Guada dijo...

Hola:

Lamentablemente, esta es una posibilidad bastante plausible que está ahí y que por lo tanto, debemos sopesar, analizar y escudriñar al máximo para obtener posibles soluciones.
Yo, como amante impertérrito de la mvsica antigua y coleccionista convencido de discos, no puedo creer que algo así vaya a desaparecer, pero me temo que se trata -como bien señala Pablo- de un deseo, no de un análisis formal-.
Cosidero que el disco, como objeto, aporta todo lo que otros sitemas -cualquiera de los que se pueden adquirir por ahí- no pueden. Para un coleccionista, el disco lo es todo: el tenerlo, el disfrutar mientras se busca, se adquiere, el tocarlo, admirar su estética, su portada, leer el libreto -el pelearse, incluso, con la traducción de otras lenguas-, el momento de abrirlo, el sumo cuidado con el que se trata, el ritual a la hora de escucharlo, el ordenarlo y colocarlo, el admirarlo ahí, junto al resto de la colección... ¿todo eso ha de perderse? Lamentablemente, parece que estamos abocados a ello, pero mientras tanto, habrá que seguir disfrutando de ellos y pelear porque eso no suceda, aún siendo unos don nadie.

Un mvsical abrazo.

Jose dijo...

Sr.Vayon, leyendo sus últimas entradas, me topo con esta contundente y emotiva elegía del CD. Me ha conmovido ese halo de pena profunda y serena resignación que muestra su comentario. Desde luego, no dudo ni por un instante que el CD desaparecerá y que no habrá "tiendas de discos" (¿cuántas quedan en Sevilla, la cuarta ciudad más poblada de España?) ni "Secciones de música" en los grandes comercios. Esa certeza, que con tanta lucidez ha descrito, me entristece; exactamente por las mismas razones que expone usted. Para corroborar esa melancolía y disfrutar en cierta medida de ese sentimiento, ahora, al irme a dormir, colocaré mi ipod en el despertador sony que me regalaron este verano y, moviendo su precisa ruedecita, elegiré a Enrique Granados ("Elisenda") para que me acompañe hasta el sueño. Un saludo

Marta Adelia Castro dijo...

Siempre he sido y seré una nostálgica incurable así que lamentaría enormemente la desaparición del cd.. aunque concuerdo con las opiniones aquí vertidas, dudo que desaparezca aunque pierda terreno ante nuevas tecnologías. Ahora respecto al hipotético disco de la Invernizzi, yo seria la primera en comprarlo si llegase a ser editado.

Un afectuoso saludo

Gregorio dijo...

Yo también amo el disco, como objeto de arte, tanto en su contenido como en los libretos, la portada, etc...
Tengo una colección de unos 1000 CD'S y otros tantos LP'S de música antigua, jazz, rock...

Pero..., cada vez que pienso cuánto me han cobrado por cada uno de ellos...(pienso que son unos ladrones)...

¿Qué solución veo para ésto? Que todas las novedades las marquen a 5€, por ese precio no hago copias, ni me bajo nada, no me merece la pena. Es más me gastaría mucho más. Lo que no hay derecho que nos cobren a 20€ de media.

Sigo comprando discos, pero gracias a internet puedo tras haberlos escuchado, y puedo seleccionar lo que de verdad merece la pena