MARCEL PROUST (1871-1922)
Prólogo de Antonio Muñoz Molina
Ensayo de Blas Matamoro
CD
Reynaldo Hahn (1875-1947):
1. L’enamourée [Théodore de Banville]
2. Le rossignol des lilas [Léopold Dauphin]
Hélène Guilmette, soprano; Delphine Bardin, piano. [Naïve. 2004]
Richard Wagner (1813-1883):
3. Preludio del Acto I de Die Meistersinger von Nürnberg
4. Danza de los aprendices y entrada de los maestros cantores del Acto III de Die Meistersinger von Nürnberg [Richard Wagner]
Gerhard Unger, tenor. Orquesta Filarmónica de Berlín. Director: Rudolf Kempe. [Testament. 1956]
5. Claude Debussy (1862-1918): La plus que lente
Noriko Ogawa, piano. [BIS. 2002]
6. César Franck (1822-1890): Poco lento - Allegro del Cuarteto en re mayor
Cuarteto Spiegel (Elisa Kawaguti, violín I; Stefan Willema, violín II; Leo De Neve, viola; Jan Sciffer, cello). [MDG. 2005]
7. Maurice Ravel (1875-1937): Pavane pour une Infante défunte
Orquesta Sinfónica de Londres. Director: Arpád Jóo. [Arts. 1983]
8. Ludwig van Beethoven (1770-1827): Adagio ma non troppo e molto cantabile del Cuarteto nº 12 en mi bemol mayor, op. 127.
Cuarteto Smetana (Jirí Novák, violín I; Lubomir Kostecky, violín II; Milan Skampa, viola; Antonín Kohout, cello). [Supraphon. 1961]
9. Gabriel Fauré (1845-1924): Le papillon et la fleur [Victor Hugo]
10. Reynaldo Hahn: Si mes vers avaient des ailes [Victor Hugo]
Marie Devellereau, soprano; Philippe Cassard, piano. [Naïve. 2002]
11. Camille Saint-Saëns (1835-1921): Adagio de la Sonata para violín y piano nº 1 en re menor, op. 75.
Ulf Wallin, violín; Roland Pöntinen, piano. [CPO. 2002]
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EDICIONES SINGULARES ES 1001 (Diverdi) [93 páginas; 74'23'']
Edición: Diciembre de 2008
Allí donde cualquier músico presumiría de que pinta a un escudero o a un caballero y les hace cantar la misma música, Wagner introduce una realidad diferente y cada vez que aparece su escudero es una figura particular, a la vez compleja y sencilla, la cual, merced a un trenzado de líneas alegre y feudal, se adentra en la inmensidad sonora. De allí, la plenitud de una música llena de otras tantas músicas, cada una de ellas con su propio ser. Un ser o la impresión que produce una aparición momentánea de la naturaleza. Hasta lo que en ella menos tiene que ver con el sentimiento que nos hace experimentar, conserva su realidad exterior, enteramente definida; el canto de un pájaro, el sonido del cuerno de un cazador, la canción que toca un pastor en su caramillo, recortan sobre el horizonte su silueta sonora. Ciertamente, Wagner se le ha acercado, apoderado de ella, introducido en la orquesta, sometido a las más elevadas ideas musicales, pero siempre respetando su originalidad, como un tallista hace con las fibras que son la esencia peculiar de la madera que esculpe.
[Marcel Proust, À la recherche du temps perdu; III]
Más que un acercamiento al entorno musical que conoció Proust y a la presencia de la música en su obra, que también, este ensayo de Blas Matamoro resulta ser, pese a su brevedad, un magnífico estudio sobre la situación cultural y social de la Francia (y con ella de Europa) del penúltimo cambio de siglo. Entre el wagnerismo de Proust, sus relaciones con Reynaldo Hahn, los ballets de Diaghilev o los salones aristocráticos de París, lo que se filtran son todas las tensiones nacionalistas de la época, los conflictos y las grandes discusiones intelectuales de un tiempo decisivo para las trascendentales transformaciones estéticas de las que Proust participó de forma muy particular. Matamoro hace una muy breve referencia al encuentro que Proust tuvo con Joyce, un tema sobre el que me ocupé hace algún tiempo. Yo he sido desde hace mucho un lector casi compulsivo del irlandés, pero dejé macerar al francés hasta hace unos pocos meses. Espero saldar mi deuda en breve, aunque por lo que llevo leído creo muy posible que los lazos se establezcan entre los dos en el ámbito que define a la perfección Muñoz Molina en su prólogo, es decir que me instalaré en Proust, porque, como ya me pasó con Joyce, Borges, Cortázar o Kafka, una lectura no es suficiente.
Hahn: L'enamourée. [3'00''] Hélène Guilmette, Delphine Bardin
Ils se disent, ma colombe,
Que tu rêves, morte encore,
Sous la pierre d'une tombe:
Mais pour l'âme qui t'adore
Tu t'éveilles ranimée,
Ô pensive bien-aimée !
Par les blanches nuits d'étoiles,
Dans la brise qui murmure,
Je caresse tes longs voiles,
Ta mouvante chevelure,
Et tes ailes demi-closes
Qui voltigent sur les roses.
Ô délices ! je respire
Tes divines tresses blondes;
Ta voix pure, cette lyre,
Suit la vague sur les ondes,
Et, suave, les effleure,
Comme un cygne qui se pleure !
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