Al parecer se han agotado ya las entradas para los seis días que el Maestranza ha programado en marzo el Turandot de Puccini, esto es, unas diez mil ochocientas butacas confirmadas, lo cual contrasta notablemente con las poco más de mil que se vendieron para la pasada Parténope de Vinci. Nada extraño si se tiene en cuenta que Turandot es una obra (aparte de extraordinaria) muy popular y que la producción es la misma que ya se vio en este teatro hace quince años. Y bien conocida es la querencia del pueblo por las repeticiones y su mojigato rechazo de las novedades. Aunque tengo para mí que esa proporción de 10 a 1 no parece muy razonable en una urbe que recibió hace años el pomposo e inútil título de Ciudad de la Música, yo, de natural optimista, miro el futuro con tranquilidad. Sé perfectamente que esa proporción cambiará con el tiempo. Nuestros próceres municipales se han puesto a ello, y cuando ellos se ponen no hay obstáculo suficientemente alto ni robusto que no pueda superarse: a ojos de los aficionados, harán con la ópera barroca lo que Les Luthiers con la madura duquesa de Lowbridge, que sus encantos no disminuirán con los años, desaparecerán. Basta echar un vistazo al plan estratégico cultural que desmenuzaba el otro día el alcalde. No hay más preguntas.
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